Terminó la clase de matemáticas, todos los alumnos de 3° básico salen de la sala, menos uno. Me acerco a él y le pregunto qué le pasa. Me dice con pena que le regaló un dibujo que él hizo a un compañero, pero él lo despreció.
Como sé que él es un artista y debido a que estoy más sensible al rol de los artistas, en lugar de decirle que no se preocupe por eso, le dije con asombro: ¡Oh, no valoró tu arte! y le hice un gesto en que yo simulaba que abría su dibujo y le declaraba lo hermoso que era su trabajo.
A seguir, le pedí que me diera un abrazo. Él me dio un abracito y yo oré por él, diciendo a Dios: ¡Señor, sana su corazón… sana su corazón… sana su corazón! Este niño de 8 años se puso a llorar, pero pronto se calmó y se despidió en paz.
Mi reflexión final
Varias veces he escuchado críticas a las escuelas cristianas, pero cuando veo que en una escuela confesional como ésta se puede bendecir de este modo a los alumnos, creo que vale la pena que existan.